INDEX

 

volver a Mis relatos

 

LORENZO,  a su servicio

ROSARIO Y EL TÉ

I

La casa está limpia. Se puede llegar de visita a cualquier hora y la casa está siempre ordenada. Antes de que salga el sol las camas están hechas; antes de que Marta y Andrés regresen del trabajo la comida está a punto; antes de que se retiren a una corta siesta los platos están lavados; y todo así.

Y todo Rosario sola, no necesita a nadie; ella puede; además no le gusta que le interrumpan cuando hace las tareas. Una vez, Marta y Andrés buscaron una muchachita “para que aprenda y ayude”, dijeron; pero no duró; se fue sin avisar. Ellos son los patrones pero después de tantos años podrían haberle preguntado, por lo menos; se ve que no les interesa lo que ella diga.

II

Marta entró en las oficinas con su sonrisa habitual; le gusta su trabajo y se le nota. Cuando le ofrecieron especializarse, aceptó, se esmeró y empezó a hacerse necesaria. Además tiene el don natural de la serenidad, el equilibrio necesario para contar hasta diez antes de actuar sin que ello disminuya su eficiencia, y tiene por añadidura suerte e intuición.

Se casó con Andrés porque se enamoró y no se ha arrepentido todavía; los únicos defectos de su marido son Rosario y la casa. Esa casa está tan vieja que hay puertas que ya no se pueden abrir y entonces hay habitaciones que no se pueden usar. Si se vendiera se podría construir un buen edificio y hasta podrían quedarse con un par de departamentos extra. Además ese olor rancio...; y no es suciedad,  todo siempre tan limpio. Parece salir de los pisos... y de Rosario.

III

No sé cómo evadir este problema. Marta quiere que yo se lo diga a Rosario, pero no puedo. ¿Cómo empezar? Pero la cuestión es cómo terminará este asunto.

Marta es mi vida. Apenas la vi me enamoré; no creí que me tomara en cuenta y todavía no puedo creer que me ame. Me aceptó como soy. Ella gana casi lo mismo que yo; pero estoy en la punta de mi empleo y no puedo ascender más; a menos que haga una fuerte inversión y me convierta en socio. En cambio ella está comenzando su carrera, y casi me iguala; seguramente ganará más en poco tiempo.

Es tan vital y emprendedora; cómo la admiro; cuánto la amo.

IV

Rosario pone la pava a calentar con el agua justa para ahorrar combustible y apenas hierve prepara el té. Lo lleva a la salita. El señor Andrés le dice que traiga una taza para ella; que tienen que conversar. A ella no le gusta conversar, pero sí escuchar conversaciones. Y un día escuchó lo de la venta y lo de la pensión para ancianos y lo del edificio; y otro día que esa presumida no quiere darle hijos, y eso que el señor se lo pide, y eso que le dice que recuerde que él no es joven; y otra vez escuchó que ella se va a un viaje que le paga otro señor, y escuchó que le dijo que se fuera con ella.

Rosario sabe que la intrusa toma el té sin azúcar, y sabe que el señor Andrés lo toma con leche. Dejó las tazas sobre la mesita con mucho cuidado. Ellos empezaron a hablar y ya se vio que iban a terminar peleando; y a Rosario no le gustan las discusiones, así que se fue de la salita a buscar la leche; ni siquiera la vieron irse.

V

 Llamaron varias veces a la puerta antes de que Rosario les abriera. Parecía dormida; no entendía lo que le decían; la hicieron a un lado y entraron en la casa. Rosario se desmayó.

Los periódicos no le dieron trascendencia al asunto. Un accidente familiar, la distracción de una anciana; alguna situación especial hizo que no se sintiera gusto en el té...

La casa se vendió, por fin. Rosario está internada en un hogar; todos los meses se recibe el cheque de una importante empresa, suficiente para sus necesidades; en la residencia alaban su aseo y diligencia; lástima que no le guste conversar, pero tampoco recibe visitas.

Cuento corto con Mención en el Concurso Literario ADEME

Argentina, junio /1994

volver arriba comunicación con la autora